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Alberto Martínez del Amo - Voluntario en Hartu-Emanak
"A los mayores nos queda aún mucho por hacer. En el voluntariado tenemos grandes oportunidades"

MI EXPERIENCIA EN EL VOLUNTARIADO

Me piden desde ADAKA que escriba mi experiencia personal en el voluntariado.

La verdad es que no he sido consciente, hasta ahora, que pertenezco al grupo de personas que llaman "voluntarios".

Pero ¿cómo empecé yo con esto? Desde niño, aprendí de mis padres que había que "ayudar" a las personas y lo viví con el ejemplo de ellos.

Además tuve la gran suerte de recibir en mi infancia y juventud una buena formación humana y religiosa, fundamentada en los valores de servicio y entrega a los más necesitados, siguiendo el ejemplo de vida de Jesús, el Señor.

Recuerdo que con 18 años, allá por los años 60, se nos ocurrió a un grupo de amigos de los que entonces pertenecíamos a lo que se llamaba la JIC (Juventudes Independientes Católicas), que las botellas vacías, que se tiraban a la basura, valían dinero al recuperarlas para reciclar o como vidrio.
Fuimos de casa en casa por todo Sestao, recogiendo botellas y depositándolas en lonjas y en algún lugar público para luego venderlas y obtener así un dinero para los niños que iban en el verano a las "colonias", de las Parroquias de Sestao.

Aquella fue una aventura que no sopesamos bastante el gran esfuerzo y tiempo que suponía recoger, almacenar, seleccionar, vender y retirar los cascos rotos o no válidos. Solo pensamos en sacar un dinero para entregar a las Parroquias para los que más lo necesitaban entonces.

Aquello, pienso ahora, que sería una de mis primeras acciones de lo que se supone es el Voluntariado.

Luego, con 20 años, en la Legión de María en Sestao, aprendí a ir a visitar a personas imposibilitadas, que no salían de sus casas, a hacerles compañía, charlando amigablemente. Me acuerdo de un tal Chomin que estaba postrado siempre en la cama, y que tenía muy bien la cabeza. Intercambiábamos conversaciones sobre los nuevos Hornos Altos que se estaban construyendo en Sestao. A él le gustaba este tema y además era entendido; creo que él había trabajado en la siderurgia y yo la estaba estudiando en esos años.

Bueno, este es otro recuerdo del "voluntariado" de mi juventud.

Después de terminar mis estudios empecé a trabajar y me casé, dedicando mi vida , casi en exclusiva, a estas nuevas obligaciones, aunque seguía ayudando a todos los que me encontraba en el camino de la vida. Sí, también fui catequista de Confirmación unos años, una experiencia preciosa, con jóvenes de 16 años, hasta que por razones laborales marché a trabajar fuera.

Pero la verdad es que mi estilo y forma de ver la vida cambió con la jubilación, que fue una prejubilación a los 57 años, de repente y como consecuencia de un Expediente de Regulación de Empleo, una ERE del año 2000 que me dejó descolocado. En esos momentos, muy diferentes para mí, mis padres estaban bastante deteriorados físicamente, sobre todo mi madre que tenía una artrosis galopante que le impedía hacer sus labores y casi no poder andar, acompañada de grandes dolores, que siempre llevaba con resignación y alegría, o al menos nunca faltaba una sonrisa en su boca.

Con más tiempo disponible, fui entrando más en ayudar a mis padres, cada vez en peores condiciones físicas; al principio en su casa, hasta que nos fue posible cuidarles bien, incluso con ayuda de otras personas.

Fue en sus últimos años de vida en la Residencia Aspaldiko donde aprendí más de mis padres a saber lo que era el trato a las personas, prestándoles más atención y tiempo del que antes no disponía, ni la velocidad de la vida en el mundo del trabajo me dejaba ver. Mis padres siempre habían sido muy sociables, y tenían muchos amigos, de cualquier edad, que a veces me sorprendía, pues incluso eran amigos míos y ellos no sabían que eran mis padres.
Recuerdo a mi padre en silla de ruedas en el hall de Aspaldiko, saludando a todos los que pasaban, fueran familiares que venían a ver a los residentes o mayores que pasaban por allí y a quienes siempre dedicaba unas palabras de ánimo, una sonrisa o una caricia.

Ahora me acuerdo de un libro que me dio mi padre, que leí de joven, que me ayudó mucho y que se titulaba "El valor divino de lo humano" de Jesús Urteaga¸ pues mi padre lo llevaba muy bien a la práctica sabiendo tratar con gran humanidad y cariño a todos los residentes por muy "inconscientes" que parecieran por su deterioro físico.

Una vez fallecidos mis padres, seguimos mi mujer y yo, visitando a sus amigos y nuestros, los mayores de Aspaldiko, a los que hemos llegado a querer como de familia.

En esas visitas, conocí a un grupo de profesores y alumnos del Colegio Santa María, que iban a visitar también a los residentes. Pregunté por qué hacían aquello y me explicaron su proyecto con la asignatura de Educación para la Solidaridad.

Comprendí que mis visitas a Aspaldiko serían más provechosas si lo hiciera de una forma regular y organizada con ellos a los que me ofrecí a poder participar en sus actividades. A partir de entonces llevo tres años ayudando con los chavales del colegio en lo que la responsable del proyecto cree más conveniente o necesario.

En este tiempo, conocí a través de un amigo a la Asociación Hartu Emanak, a la que mi incorporé a sus jornadas y reuniones hace unos dos años. Me atrajo su mensaje: "Hay mucho que hacer por los mayores", y sus dos objetivos, formación permanente y participación social. A lo largo de estos dos años hemos estado formándonos, de una forma autodidacta, en las Leyes de la Dependencia y Servicios Sociales y orientando nuestra actividad en las residencias de mayores y en casos concretos de personas dependientes, a las que procuramos ayudar con nuestros conocimientos y nuestro acompañamiento.

Para asentar más las ideas sobre el voluntariado, asistí hace poco a una conferencia de una especialista argentina, que no recuerdo su nombre, pero sí la idea principal que transmitió: El voluntariado tiene dos componentes inseparables, una el Aprendizaje y la otra el Compromiso. Eso es exactamente lo que tenemos en Hartu Emanak:
Hartu: Recibir (aprendizaje)
Emanak: Dar (compromiso)

Y como en esta vida hemos recibido mucho de tantos, de nuestros padres, profesores, amigos, esposas, sacerdotes, etc. es de justicia que también sepamos compartir con los que más lo necesitan lo que tenemos y lo que somos, pues así Dios actúa a través de nosotros, con nuestra entrega y servicio a las personas que tratamos voluntariamente, para darles un poco de alegría y esperanza.

Hay que resaltar que en el voluntariado recibimos mucho más de lo que damos, como una gran recompensa gratificante que te anima a seguir entregando tu tiempo y tu persona a los más necesitados, con nuestra compañía, cariño y aliento.

No se si el relato de mi experiencia servirá para animar a alguien, pero a mí me ha servido para recordar y reafirmarme en los fundamentos de mi "ser voluntario".

Alberto Martínez del Amo, Enero 2010.